sábado, 15 de octubre de 2016

EL PANDEMONIUM El gestito de la banderita Cristian Campos @crpandemonium Tomado de El Español 12.10.2016


A veces me pregunto qué sería de los columnistas, en qué siniestro y pestilente estercolero del periodismo acabaríamos retozando, si no fuera por la inestimable ayuda de los ayuntamientos del cambio. Los de la nueva izquierda, la pachamama y el gestito. 
Ayer tuve donde escoger. Por un lado (opción uno) el Ayuntamiento de Barcelona me invitó por carta a delatar a aquellos de mis vecinos que hayan cometido el crimen de ganarse la vida alquilando su piso a turistas. Por el otro (opción dos) el Ayuntamiento de Madrid colgó una bandera indígena de un balcón random para conmemorar el 12 de octubre. Después de un fogoso debate conmigo mismo, opté por la opción 2.
Primera sospecha. ¿Desde cuándo los indígenas de la América precolombina tenían banderas? Investigo un rato (tampoco se vayan a creer que mucho) yalehop. Las banderas como emblemas de comunidades sociales o políticas amplias fueron llevadas a América por los conquistadores europeos. De hecho, la etimología de la palabra bandera es germana (bind). En definitiva: las banderas indígenas son europeas. La primera en la frente. 
Segunda sospecha. Esa bandera tan colorida, tan alegre, tan positiva, tan en línea con las características y la estética que en Occidente asociamos con el colorido, la alegría y el positivismo, ¿no será un invento moderno? Bingo de nuevo. La supuesta bandera aimara, la whipala, la de los cuadros de colores, fue inventada en 1945, durante el Primer Congreso Indigenista Boliviano. 
Yo les explico la historia. 
En ese congreso, el especialista Hugo Lanza Ordóñez lanzó la peregrina teoría de que la palabra aimara whipala, que procede de las palabras whipai(una expresión de júbilo) y lapks-lapks (la onomatopeya del viento), significa triunfo ventoso. Y de triunfo ventoso a bandera sólo hay un paso. Un paso beodo, pero paso al fin y al cabo. Y de acuerdo a la tesis del señor Lanza, si los aimara tenían una palabra para bandera debía de ser porque tenían banderas. El público aplaudió enfervorizado tamaña muestra de genio. 
Problema: no existe prueba documental alguna de que los aimara tuvieran nada parecido a una bandera. Solución: inventarse una a toda prisa. Primera propuesta: utilizar un trapo blanco. La idea fue desechada por aburrida. Segunda propuesta: vayamos a una imprenta y decidámoslo allí (en 1945 los diseñadores gráficos eran los mismos operarios que le daban a la manivela de las imprentas). 
En eso que llegan el señor Lanza y otro erudito del indigenismo a la imprenta y se ponen a discutir por los colores que mejor simbolizan la bondad intrínseca de la genética aimara. Y como no se ponen de acuerdo, el impresor les propone utilizar un logo parecido al que él mismo había diseñado hacía sólo unas semanas para la champancola, una bebida gaseosa que se elaboraba en la ciudad de La Paz. Misteriosamente, Lanza y el otro erudito aceptan.
Así que el trapo de colores que ayer colgaba de la Junta de Distrito Centro era una bandera de origen europeo que imita el logo de una bebida gaseosa producida por, atentos, unos emprendedores italianos emigrados a La Paz, los señores Salvietti y Bruzzone. Más europeo invasor que eso, ni el mismísimo Hernán Cortés degollando indígenas con las muelas. 
Lo que les digo. Si la nueva izquierda no existiera los columnistas tendríamos que inventárnosla. 

La huella cultural de los negros esclavos en España es indeleble

La huella cultural de los negros esclavos en España es indeleble

Sevilla 1 OCT 2016 - 23:24 CEST

Negros bailando en Sevilla en un fragmento del cuadro 'Carro 
del aire', pintado por Diego Martínez hacia 1748. PACO PUENTES
Rostros negros con una letra 
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 herrada en una mejilla y la figura de 
un clavo en la otra, la marca indeleble en jeroglífico de esclavos. 
Subidos en los escalones de la catedral de Sevilla eran vendidos 
a gritos al mejor postor para realizar las labores más duras impuestas 
por la nobleza, los mercaderes y el clero, que compraba a las 
mujeres como concubinas. España fue un centro esclavista desde 
el siglo XIV hasta principios del XIX. Africanos del oeste y del interior 
eran trasladados por miles en barcos que zarpaban desde el golfo 
de Guinea hasta Cádiz y Sevilla, dos ciudades en las que los negros 
llegaron a alcanzar en algunas épocas el 10% de la población, si 
es que la esclavitud podía incluirse en ese concepto.

Fotograma del documental 'Gurumbé' con la imagen de la bailaora Yinka Graves.
Fotograma del documental 'Gurumbé' con la imagen de la bailaora 
Yinka Graves.

El documental titulado Gurumbé, canciones de tu memoria negra, 
dirigido por Miguel Ángel Rosales, rescata ahora toda aquella 
historia y la influencia que los africanos ejercieron en la cultura 
de esta parte andaluza. "La forma de llamar a la tierra pisando el 
suelo del flamenco viene de África. Pero no solo eso, también 
las maneras de hacer las fiestas, los ritmos, los gestos", apunta 
Rosales. Toda la herencia cultural de aquellos esclavos se recoge 
en esta película, que se estrenará en España en la Seminci de 
Valladolid en tres semanas. Aparecen en el filme imágenes de 
senegaleses descalzos danzando sobre la arena Atlántica, 
chocando las manos contra las piernas, cogiéndose de las faldas 
al ritmo de la piel del tambor en escenas que se asemejan 
indubitablemente a las de una señora bailando en un tablao de 
Jerez o al enérgico zapateado flamenco de la bailaora Yinka 
Graves.

Consecuencias del presente
“Fueron parte de la cultura porque los forzamos a estar aquí. 
Hubo esclavitud, colonización y ahora emigración. Hay que romper 
esa barrera de separación entre África y el sur de Europa que se 
ha creado sin entender que tenemos valores e historia compartida”, 
reflexiona Miguel Rosales, director del documentalGurumbé, 
canciones de tu memoria negra, con la intención de que el público 
sienta en el presente, en el ámbito político y cultural, las herencias 
y consecuencias de la esclavitud negra en España.

La película, de Intermedia Producciones y filmada en España, 
Portugal, México y Senegal, ya ha sido seleccionada para el Festival 
Film África de Londres, la Mostra Internacional de Cinema de São 
Paulo, el Festival de Cine Kunta-Kinte en Medellín y la Barcelona 
Planet Film Festival, entre otros.

No hay gran huella en los libros de texto españoles sobre la 
presencia negra en España y Portugal en estos siglos, cuando 
la península abasteció de esclavos al resto de Europa y 
posteriormente se enriqueció con su mercadeo en los países 
de Latinoamérica. "Esto es parte de la historia silenciada. No 
el resultado de una casualidad sino de un ocultamiento intencionado 
por el estigma que supone ser el centro esclavista más 
importante del mundo", considera Isidoro Moreno,  catedrático 
de Antropología Social de la Universidad de Sevilla.

Es una historia callada, que oculta las vidas cotidianas de hombres 
y mujeres anónimos que encontraron fundamentalmente en la 
música, los cantes y los bailes la mejor forma de resistir a la 
opresión de sus amos, el consuelo a la soledad, y que dejaron la 
impronta de sus ritmos en las bulerías, las alegrías o los tanguillos 
del flamenco. "No somos el resultado de las tres culturas. Somos 
cinco culturas junto a la gitana y la negroafricana y es importante 
recuperar esa memoria histórica", apunta Moreno, que cuenta 
que a Sevilla se le denominó el tablero de ajedrez por aquella 

'Tres niños' (1670), de Bartolomé Murillo.
'Tres niños' (1670), de Bartolomé Murillo.
Pero sus ritmos fueron más lejos. “La manera de hacer los 
contratiempos y las síncopas vino con ellos. Tuvieron una 
influencia importantísima en el barroco europeo, y fue una 
de las grandes revoluciones de la historia de la música”, 
declara en el documental Fahmi Alqhai, reconocido 
violagambista 
y director del Festival de Música Antigua de Sevilla. Luego, 
cuando Cristóbal Colón abrió las rutas con América, esos 
esclavos pasaron los ritmos de África a Andalucía y de allí a 
Latinoamérica, una región clave para el enriquecimiento de los 
españoles mediante la esclavitud, que generó fondos blanqueados 
con inversión en la industria textil o la construcción del ensanche 
urbano de Barcelona y el madrileño barrio de Salamanca, 
según aparece en el documental. “María Cristina de Borbón, 
con su marido, creó una sociedad instrumental en París para 
dedicarse a la trata", asegura en la película José Antonio Piqueras, 
catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Jaume I.

El extramuro de Sevilla fue una zona fulgurante de encuentros 
de negros liberados o rechazados por edad o enfermedad al 
tener prohibida la estancia nocturna dentro de la ciudad. Fue ahí, 
donde un obispo, de forma excepcional, levantó a finales del 
siglo XIV un asilo para atenderlos. Surgió entonces una 
perseguida hermandad de negros que aún se mantiene en 
Sevilla, llamada ahora Los Negritos. “Es la hermandad de la 
Semana Santa más antigua de las que existen en la actualidad”, 
asegura Moreno, que ilustra también los fuertes vínculos de la 
entidad con Latinoamérica y cómo, por ejemplo, familiares de 
Antonio Machín han sido miembros de esta histórica hermandad, 
que tiene frente a su capilla una estatua del cantante.

Retrato de Juan de Pareja realizado por Velázquez en 1650.
Retrato de Juan de Pareja realizado por Velázquez en 1650.
Pero no solo en la música dejaron huella cultural. Los esclavos 
trabajaban en minas, en el campo, y muchos de ellos en la 
ciudad, en talleres de pintores donde aprendían de pigmentos 
y disolventes con sus dueños. El afroandaluz Juan de Pareja
esclavo de Velázquez y protagonista de uno de sus cuadros, 
llegó a ser un reconocido artista tras ser liberado por el pintor 
sevillano. “También tuvo esclavos Murillo, y muchos de ellos 
trabajaron en la iconografía barroca de la ciudad”, añade 
Rosales, que indica que esta población aparece muy poco 
representada visualmente “por la irrelevancia tan grande en 
la sociedad”. No obstante, quedan algunas obras como La 
cena de Emaús (La mulata), de Velázquez; Tres niños, de 
Murillo; o unos negros bailando ataviados con mantoncillos, 
flores en la cabeza y castañuelas en el cuadro Carro del aire
de Domingo Martínez (Sevilla 1688-1749), que testimonian 
ese pasado.

En literatura, además de hacerse presentes los personajes 
de negros en las comedias del siglo de oro, el protagonista 
fue un esclavo liberado conocido como Juan Latino que llegó 
Se casó con con una mujer blanca, según las investigaciones 
de la profesora de esta Universidad, Aurelia Martín, que 
lleva 20 años estudiando la esclavitud. "Fue el primer 
afroeuropeo que escribió en latín clásico", asegura Martín.