Una estación científica en el mar
De las visitas asiduas al archipiélago de Los Roques surgió un proyecto conservacionista que tiene más de 50 años. La Fundación Científica Los Roques se ha convertido en referencia para cualquier investigación o iniciativa en pro de la naturaleza tanto en el país como fuera de él. En 1966 se inició el proyecto para la conservación de las tortugas marinas con la instalación de una estación científica en el cayo Dos Mosquises, aproximadamente a 45 minutos de El Gran Roque. Hoy alberga a cerca de 250 ejemplares cuyos cuidados comienzan desde tempranas horas del día. “A las 6:00 a. m. empezamos a alimentarlas con algas o sardinas cuidadosamente picadas. Les limpiamos y cepillamos el caparazón, las pesamos, medimos y revisamos para descartar cualquier dermatitis u hongos. Lo mismo se hace con los tortuguillos”, describe Magaly Camargo, directora ejecutiva de la fundación desde hace 17 años.
Aunque cuenta con un título en Administración de Mercadeo, ha encontrado su verdadero oficio junto a las tortugas en la estación. “Aún guardo en mi memoria el momento en que vi eclosionar un huevo: el tortuguillo sacó sus pequeñas aletas y rompió el caparazón, salió corriendo a toda velocidad hacia el mar. Recuerdo hasta el sonido al romper el cascarón”. El trabajo amerita patrullajes y rescate de nidos que estén en verdadero peligro, principalmente de saqueo. “A veces nos avisan de un nido, pero cuando llegamos ha sido saqueado. La principal amenaza de las tortugas marinas es humana”, asegura Camargo.
La Fundación Científica Los Roques también implementa un programa de adopción que permite colaborar con un monto anual para costear los gastos del cuidado de las tortugas y sus crías. Quienes colaboran tienen la posibilidad de visitar la estación para liberarlas, además de aprender sobre los animales a través de charlas educativas y apreciar la labor de la fundación. En lo que va de 2014 han recibido más de 450 aportes. “La logística requiere trabajo, esfuerzo y es muy costosa. A la vez, es muy gratificante lograr la liberación de más de 18.000 tortugas en este tiempo. Alguna de ellas ha llegado a Sudáfrica, según sabemos por los reportes”.
El programa de educación ambiental está dirigido a la comunidad, especialmente a los niños a quienes se les recalca la importancia de la especie y el ecosistema marino. Los cambios se perciben entre los pescadores, quienes recogen a los tortuguillos que se consiguen y los llevan a la estación para su cuidado. También evitan atrapar a las tortugas, consumirlas u ofrecer sus huevos a los turistas.
La labor de este grupo no siempre ha sido valorada. Recientemente se informó, a través de terceros, la notificación de desocupación de las instalaciones en las que se desempeñan desde hace más de medio siglo. Pese a ello, Camargo asegura que la conservación, tanto de las tortugas como del ecosistema marino del archipiélago, continuará desde cualquier trinchera.
Página web: www.fundacionlosroques.org
Twitter: @FundaLosRoques
Conservación en Paria
Un recorrido por las costas venezolanas, específicamente por islas Las Aves, despertó el interés por las tortugas y el ecosistema marino en Hedelvy Guada cuando aún era estudiante de Biología en la Universidad Central de Venezuela. El trabajo de campo ayudó a ubicar las áreas de anidación y alimentación de los quelonios, especialmente en la zona este de la península de Paria. Querepare y Cipara son puntos de llegada y desove cada 2 o 3 años de 5 de las 7 especies de tortugas que existen en el mundo: carey, verde, cabezona, cardón y golfina.
Su organización, el Centro de Investigación y Conservación de Tortugas Marinas, comenzó en 2002 como una asociación civil para la protección de las tortugas, aunque estos años se ha dedicado, además, a formar a los defensores de relevo a través de charlas y talleres.
Guada se encarga de la logística de los patrulleros y el material de trabajo, pero habla con propiedad sobre la faena en las playas que amerita largas jornadas, sin feriados y poco descanso. El patrullaje nocturno —afectado por la falta de personal y de seguridad—empieza a las 8:00 p. m. y termina incluso con los primeros rayos de sol. Al encontrar a la tortuga, el cardonero debe identificarla, marcarla y trasladar sus huevos en caso de ser necesario. La mayoría de las veces se exponen al frío, al calor excesivo, a las contracturas musculares y al levantamiento de peso al tener que cargar los huevos.
El trabajo requiere de una persona muy detallista, observadora y con cierta capacidad física porque conlleva largas y agotadoras caminatas por la playa. “Con este trabajo hay que tener visión a largo plazo, es de décadas, hacerlo solo durante un año no salva a nadie. Puede llegar a ser frustrante, pero soy de las personas que prefieren ver el vaso medio lleno”, afirma Guada, orgullosa de los más de 30 años que les ha dedicado a estos animales. Hace hincapié en la importancia de las comunidades y en su inclusión en la conservación de las especies.
En Querepare y Cipara los pobladores han asumido el mantenimiento y la protección de las tortugas y se encargan de llevar el mensaje a los visitantes para saber qué hacer cuando estas llegan a la playa: mantenerse en silencio, no tomar fotos con flash, no molestarlas, no tropezarlas ni alterar su comportamiento.
Más que una profesión
Entre los 17 y 22 años de edad, el biólogo Héctor Barrios compaginaba los libros y exámenes con salidas de campo y charlas con pescadores. “En esa época tenía una novia que decidió no seguir conmigo porque en todo fin de semana largo, o vacaciones, yo prefería ir a la playa para buscar tortugas, cuidarlas, evitar que las sacrificaran”, recuerda.
En 2003 fundó la ONG Grupo de Trabajo en Tortugas Marinas del golfo de Venezuela, para su conservación. Allí se ha dedicado a concientizar a las comunidades wayuu en La Guajira, a quienes ha sumado a la tarea de conservar la especie. Actualmente cursa en Australia un Phd sobre tortugas marinas y comunidades indígenas, para lo cual ha debido trabajar en las playas de anidación de la tortuga Australiana, Kikila o Flatback. Sus estudios se especializan en las conexiones de las comunidades tradicionales más antiguas con estos animales.
En Venezuela, Barrios ha colaborado con diferentes ONG como Conbive, Fudena, Fundación La Tortuga, Mangle, entre otras. Asegura que hacen falta más personas que se atrevan a cambiar su forma de vida porque ser tortuguero no es solo ser académico o amante de los animales. “Muchas banderas son usadas para proteger al planeta. Hay personas que levantan la bandera de las ballenas; otros, de los arrecifes de coral; otros, en contra del plástico... Mi bandera son las tortugas marinas, el asta es gigante y muchas manos pueden ayudar a sostenerla mejor”.
Aportar un granito
Aún era estudiante de Biología en la UCV cuando Verónica de los Llanos comenzó sus trabajos científicos sobre tortugas marinas. Se trasladó al archipiélago de Los Roques donde se dedicó, con el apoyo de FCLR, a actualizar la información sobre las zonas de desove y alimentación de estos animales, especialmente la especie carey.
Su interés por aprender sobre ellas la llevó a Puerto Rico, Costa Rica y a otros países del Caribe, donde supo cómo desempeñarse con tortugas en agua, lo que le permite acercarse a machos y a ejemplares jóvenes que no suelen salir del mar. Sus conocimientos le sirvieron al regresar a Venezuela, donde trabajó en los campamentos en Cipara del Centro de Investigación y Conservación de Tortugas Marinas. Asegura que su experiencia en esa comunidad fue grata —aun careciendo de electricidad—, pues le gusta convivir con otra realidad, más allá de la naturaleza. Trabajar con tortugas marinas también significa riesgos. “Durante los recorridos en la playa se pueden conseguir incluso zonas de tráfico de drogas, y en el agua también hay peligro de otros animales como los tiburones”.
La labor es recompensada. Para de Los Llanos las tortugas transmiten paz y tranquilidad, en especial al observarlas al nadar.
Rescate y educación
Alberto Boscari, Chelo Nogueira y Juan Pablo Ruiz eran asiduos visitantes de la isla La Tortuga. La idea de una fundación para ayudar al entorno surgió en esos constantes recorridos donde vieron con preocupación la basura, el estado del agua y la falta de conciencia de la gente. En 2002 empiezan los primeros pasos de la Fundación La Tortuga, aunque se formaliza en 2005 con los primeros estudios sobre el impacto en la salud del ecosistema.
Desde hace tres años se implementa el proyecto Red de Aviso Oportuno (RAO) Anzoátegui, ideado para tratar de fomentar y capacitar a miembros de la comunidad, con el fin de que aprendan a atender a las tortugas que desovan en el estado. También amerita un trabajo científico con el patrullaje nocturno, monitoreo y registro de los quelonios, explica Gaizkale Garay, coordinadora de educación de la fundación.
Las charlas y talleres son una de las actividades más importantes para este proyecto. A través de ellas se captan voluntarios que, por lo general, son personas interesadas en conocer más sobre estos animales, su biología, hábitat y cuidados. La tarea educacional se lleva a los colegios y liceos de la zona, donde a través de dramatizaciones y juegos didácticos se les enseña a los niños la importancia de las tortugas marinas en el ecosistema. “Esta es la parte más bonita del proyecto, porque sensibilizar es muy motivador, llevar ese mensaje a los muchachos que, a su vez, lo llevan a sus hogares. Aún nos queda mucho por hacer, sobre todo entre los pescadores, aunque ellos saben que la especie está en extinción”.
La Fundación La Tortuga lleva a cabo el programa de adopción virtual de las tortugas que también les permite recaudar fondos para costear los cuidados y los trabajos de patrullaje nocturno, afectados cada vez más por la inseguridad en la zona. “No es todo lo que quisiéramos, pero aún recorriendo la playa en el día podemos ver huellas y el rastro del nido, y guiados por nuestro equipo de expertos podemos identificar la especie o cuánto tiempo tiene el nido. En la fundación se labora con pocos recursos, mas el trabajo y las satisfacciones que implica salvar a las tortugas sobrepasan al equipo. “La primera vez que vi una tortuga no me contuve, grité y salté de la emoción porque es una sensación increíble, nunca se olvida”.
Recalca la importancia de cuidar el entorno y las especies naturales. “La gente debe entender que somos parte de la naturaleza, no sus dueños. El hombre en búsqueda de una mejor calidad de vida está modificando todo; en cambio, los animales deben modificarse ellos, cada vez más a una velocidad mayor”, insiste.
Página web: www.fundacionlatortuga.org
Twitter: @fundatortuga
Verde salvaje
Los biólogos Verónica de Los Llanos, Héctor Barrios y Marco García, con la ayuda del experto holandés Robert van Dam, cuentan sus aventuras en Verde salvaje: el primer documental venezolano sobre naturaleza que se proyecta en cine. Fue dirigido por Belén Orsini y se filmó en tres locaciones importantes para el desove y la alimentación de las tortugas marinas: isla de Aves, Los Roques y La Guajira. La filmación, que tardó cerca de siete semanas, implicó un gran trabajo y una logística impresionante: cámaras acuáticas, el traslado en un buque de la Armada Nacional, lancheros y un equipo de apneístas (incluyendo al conocido Carlos Coste).
El documental derriba mitos sobre esta especie, sobre todo que son lentas o débiles. “Sacar a un macho tortuga del agua implicaba el esfuerzo de cinco hombres porque estos ejemplares sobrepasan los 300 kilos de peso, son muy ágiles, veloces y con aletas muy fuertes”.
Sacrificios con recompensa
La temporada de desove es la más esperada durante el año por José Alberto Martínez, funcionario con un enorme amor por las tortugas marinas.
Desde hace cinco año es voluntario en el Centro de Investigación y Conservación de Tortugas Marinas, donde se desempeña como asistente de investigación. Sus vacaciones trascurren entre caminatas arduas por Querepare, medir tortugas, cuidar los nidos, cargar los huevos y vigilar los viveros. A veces se va a dormir cuando el resto de la comunidad se despierta.
Recientemente regresó de Paria y fue ingresado en una clínica de emergencia por una fuerte lumbagia que le ocasionaba mucho dolor y le impedía continuar sus labores en la playa. “Soporté el dolor por ocho días, pero ya no aguantaba más. Es un trabajo duro, agotador, que no es para todas las personas, pero la recompensa es grande”.
Martínez, un defensor a capa y espada de la naturaleza, organiza rifas para recaudar fondos para las tortugas, además de ejecutar un programa de reciclaje en su sitio de trabajo.